En ocasiones una escena
irrelevante o un episodio anecdótico describen un momento histórico con mayor
precisión que un largo tratado o un enjundioso compendio de razones bien
hiladas.
Tal es el caso de la negativa de
Unidos Podemos cuando el 23 de noviembre de 2016 decidió no respetar el minuto
de silencio acordado el Pleno del Congreso de los Diputados por el
fallecimiento, tres horas antes, de la senadora Rita Barberá.
No soy yo, desde luego, defensor a ultranza de los minutos de silencio,
que son con respecto a la caridad para con los difuntos, algo así como los
“bautizos civiles” con respecto a los bautizos sacramentales. Y es que el
minuto de silencio es la copia grotesca y antitea de la obra de caridad de
rezar por los difuntos. Sin embargo, aunque simple sombra de ello, por lo menos
tiene la utilidad de recordar, de manera “aconfesional”, el novísimo de la
muerte: la fugacidad de la vida, lo pasajero de la gloria, la vanidad del
tiempo. El minuto de silencio es un
invento del soldado australiano Edward George Honey que en 1919 ideo el mismo
como modo de expresión de respeto a todos los fallecidos en la Primera Guerra
Mundial. Desde entonces el minuto de silencio solo es eso, una muestra externa
de respeto por el fallecimiento de alguien, así como una exteriorización de las
condolencias a sus familiares y deudos. Nada más.
En este caso concreto, el minuto de silencio por el fallecimiento de
Rita Barberá no puede entenderse, de ninguna manera, como forma alguna de
homenaje a su acción política o personal. Y de hecho, no lo entendieron así
ni los socialistas, ni los radicales de ERC, ni los miembros de Compromís,
principal rival político de los últimos tiempos de la finada. Si tal minuto fuera una forma de homenaje a
su figura política, no lo defendería en esta reflexión, pues desde luego me
encuentro en las antípodas políticas de la Sra. Barberá.
Sin embargo, esta negativa nos da
idea de la bajeza moral de los miembros de Unidos Podemos. Y nos da idea del
retroceso civilizatorio de una generación perdida. Tanto estos falsos políticos
como sus corifeos en las redes, que se están burlando del fallecimiento de la Senadora,
son buena muestra de cómo en las sociedades humanas cabe el progreso y el
regreso. El regreso a la caverna, a la ética del odio, del rencor, de la
venganza y del escarnio al enemigo. Y es que, aunque algunos no lo crean, hubo
una época en que era práctica habitual el escarnio del enemigo muerto. Eso fue
en una época anterior a un Divino Maestro que enseñó a perdonar las deudas, a
tener caridad con el prójimo, a ser manso y humildes y, además, a amar a los
enemigos.
Su enseñanza prendió como una
llama en la vieja Europa, y aún entre
los rescoldos del fanatismo antiteo, que desde el siglo XVIII recluyó la fe en
el ámbito privado, muchos de sus postulados sobrevivieron como código ético
laico, informando la cultura y las relaciones humanas. Sin embargo,
asistimos ahora a la eclosión de una generación de bárbaros despiadados que
quieren arrumbar los logros de veinte siglos de civilización.
Tristes tiempos estos en los que
hasta la humanidad, la piedad, la empatía con el otro, son objeto de ataque, de
mofa y hasta de delito político. Nada dejaremos a nuestros descendientes de los
siglos futuros si somos incapaces de respetar lo que de bueno y amable nos
dejaron nuestros ancestros de los siglos pasados. Nada útil y grande podrá
hacer España si no somos capaces de recuperar la humanidad y el sentimiento, si
dejamos que el odio se enseñoree de la voluntad. Si, en fin, no recuperamos la
virtud de la templanza, siempre tenida como la menor de las virtudes, pero
fundamento para alcanzar las otras.
Estos psicópatas metidos a
políticos que son capaces de reírse de las víctimas del terrorismo o de unas
niñas violadas y asesinadas, que se mofan de magnicidios políticos, que se
niegan a respetar a los difuntos (hubieran sido buenos o malos en vida), que
agreden a los fieles que oran en un templo, nos enseñan que el ser humano es siempre
capaz, si se le deja a su capricho, de ser la más vil y abyecta de las
criaturas.
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